Miro por la ventana. Parece que
llueve. Pequeñas gotas golpean mi ventana con fuerza, desatándola con todo su
potencial. Parecen furiosas, rabiosas. Se ve el odio en ellas desde la distancia.
Una a una caen contra el suelo, contra mi venta y contra todo lo que encuentran
a su paso. Están furiosas con todo y desatan su odio contra todos sin disimular
nada. Cada vez son más gotas furiosas las que se dirigen a mí pero ese cristal
nos separa y ellas se estampan contra él. Nada logrará que ellas lleguen hasta
mí pero no paran, no se rinden, siguen adelante. ¿Seré yo su meta? Sí, yo lo
soy y ese cristal es su obstáculo. Abro la ventana con todas mis fuerzas. Las
gotas corren hacía mí. Espero que me golpeen una a una, sin miramientos. Siento
como penetran en mi ropa y rozan mi piel. Ninguna para. Con todo su odio me golpean
y cuando ya están encima de piel la acarician con suavidad, alegres de a ver
conseguido llegar a su meta. Mi ropa ahora está húmeda y mi piel mojada brilla
por el reflejo que crean las gotas con la luz blanca que crea mi lámpara. En el
suelo hay un pequeño charco de las gotas que han ido cayendo después de golpear
contra mi cuerpo. Me puedo ver reflejado en él. Me veo como soy realmente no
como aparento y me gusta. Corro y abro la puerta de la calle. Salgo por ella y
me coloco en medio de toda la calle y dejo que todas las gotas me golpeen sin
miramientos. La calle está vacía, sólo yo y las gotas. Por fin soy yo. Corro
por la calle, salto y grito con todas mis fuerzas. Hago lo que quiero y nadie
me echa nada en cara, se queja o me mira mal. Soy yo con todas mis virtudes y
mis defectos. Sin nadie que pueda criticarlos o cuestionarlos. Poco a poco las
gotas pierden esa rabia, ese odio con el que me golpeaban con fuerza hace un
instante. Su meta soy yo y la han conseguido, no tienen porque luchar más, no
hay obstáculo que las detenga. Las gotas se han calmado, ya han gastado toda su
rabia contra mí. Ya no tienen porque luchar, han logrado su meta y ahora
intentarán buscar otra pero mientras están calmadas. Gracias a ellas he logrado
quitarme esa máscara que me tapaba la cara, esa máscara que no me dejaba ser
yo. Miro otro charco para comprobarlo y asegurarme y no la tengo, soy yo. El
antiguo yo se ha ido, al fin soy quien quiero ser. Poco a poco el número de
gotas se reduce, desaparecen poco a poco. Está parando de llover. No puede ser.
¿Por qué? No quiero que se vayan, no quiero que vuelva mi máscara. No hay nada
que pueda hacer, poco a poco caen menos gotas y finalmente cae la última sobre
mí. Caigo de rodillas al suelo y me tapo la cara. ¿Seré mi antiguo yo otra vez?
¿Ha vuelto la máscara? No me atrevo a mirarme. Me levanto y corro hacia casa,
no quiero verme en ningún charco o espejo. No quiero ver mi reflejo. Entro y
cierro la puerta con fuerza. Me acerco a la ventana y la cierro. En ese
instante me doy cuenta de que el suelo está más mojado que antes, el charco es
más grande. Veo mi reflejo, lo veo. Caigo de rodillas y miro otra vez para
asegurarme. En el reflejo mi cara está cubierta por esa máscara, esa máscara
infernal que no me deja ser yo. Una gota más aparece pero esta vez no proviene
del cielo ni delas nubes sino de mis ojos.
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