Se apagó la luz y el
mundo quedó sumido en la oscuridad. Los miedos que habitaban durante el día
bajo el suelo comenzaron a arraigar como una enredadera por todo tu cuerpo y se
ató a tus párpados impidiendo que los pudieras cerrar, el insomnio había nacido
en tu cuerpo. El miedo crecía enlazándose a ti, tanto que parecíais uno… O
quizás lo erais, era complicado diferenciarlo. La enredadera a media noche, como
si fuese la primavera, comenzó a florecer. Una gran flor negra nació de tu pecho
y expulso miles de esporas, también conocidas como pesadillas, que se
adentraron en tu cuerpo y arraigaron en tu cerebro dejándolo fuera de sí. Ya no
podías controlar tu propio cuerpo, estabas paralizado por el miedo. Las lágrimas
bañaban tus ojos y recorrían tus mofletes hasta caer a las raíces del miedo. El
miedo crecía poco a poco y la poca piel que se lograba ver de tu cuerpo
desaparecía bajo la enredadera. El miedo había consumido tu existencia. O
quizás fuiste tú mismo.
Se apagó la luz y ya
no quedó nada. Ya no quedaban lágrimas bajo tus párpados ni pensamientos que no
estuviesen consumidos por el miedo. Ya no quedaban noches que merecieran ser
recordadas ni sueños de los cuales no te despertaras sudando y al borde de un
ataque al corazón. Estabas vacío de humanidad, o simplemente vacío.
Se apagó la luz y no
se volvió a encender.
C.