Los rayos de sol se clavan en mi piel
con fuerza. Camino descalzo por la arena. Dunas y más dunas, no veo nada más.
El sol calienta mi cabeza con fuerza hasta el punto de arder. Mis pies llenos
de heridas por caminar descalzo. Mi boca reseca, no bebo agua desde que llegué
aquí, desde que desperté aquí misteriosamente. Mi barriga rugue con fuerza,
tengo mucha hambre. Llevo dos días caminando, sin rumbo. Me siento perdido en
este desierto sin fin. Este desierto que me arranca la fuerza, que me quema, que
me destruye. Camino recto con la esperanza de salir de él, pero no le veo
final. Camine lo que camine parece que esté siempre en el mismo punto, en el
punto de partida. Parece que no avance, parece que cada vez este más lejos de
salir, de llegar a la meta. Mis pies no pueden continuar, pierden las fuerzas y
poco a poco se duermen. Caigo al suelo y la arena golpea mi cara, se introduce
por toda mi ropa y se engancha a mi piel. Escupo, ha entrado arena en mi boca.
Intento levantarme pero mis brazos tampoco pueden más, no se mueven, no
reaccionan. Mi cuerpo ya no me hace caso, ya no lo controlo yo. No puedo
levantarme, cada parte de mi cuerpo ha muerto poco a poco. Solo queda mi mente,
esa mente que me tortura cuando quiere y como quiere. Ya no me puedo fiar de
nadie, ni de mi mismo. Con todas mis fuerzas me levanto y ando, despacio pero
ando. Le sonrió al sol, a la arena, al sufrimiento. Les duele. Continúo andando
como puedo. Arrastro los pies por la arena ardiente, no chillan porque no pueden
sino ya lo hubiesen hecho. Me seco el sudor de la cara con las manos pero es
imposible quitarlo, no paro de sudar. No hay ninguna nube que tape el sol, los
rayos llegan directos a mi cuerpo. Mi piel está roja, más roja que nunca. Me
arde todo. Mis piernas fallan y caigo al suelo. No voy a levantarme, lo sé. Mi
cuerpo está muriendo poco a poco y ya no quiere continuar, quiere descansar,
quiere morir en paz. De mis ojos salen lágrimas, nunca habían salido tantas.
Recorren toda mi cara y después caen en la arena. Puedo ver la mancha hecha por
mis lágrimas en el suelo. Lágrima tras lágrima se moja la arena más y más,
lloro hasta que mis ojos no pueden más, hasta que rojos por todo mi dolor se han
resecado por completo. Pasa el tiempo y mi cuerpo no puede moverse, no puedo
mover ni un simple dedo. Sólo espero que alguien venga, alguien venga a
salvarme… Pero es imposible, nadie me va a salvar. Nadie va a encontrarme en
este desierto infinito. Dejo que poco a poco mi cuerpo muera y cierro los ojos,
no puedo mantener ni los párpados abiertos. Solo vive mi mente, mi mejor amiga
y a la vez mi peor enemigo. Mi mente
solo espera que alguien la salve, que alguien la haga volver a la normalidad.
Pero eso no sucederá, nada volverá a ser lo mismo.
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