Dormir... Dormir es mi única vía de
escape, la única manera de dejar de pensar en ella, o simplemente dejar de
pensar. Eso ha cambiado, era mi única vía de escape. Ahora ya no tengo ninguna
manera de escapar de mi cabeza, ni de mí. El día, el estar despierto, es una
tortura. Tardes enteras sin salir de casa, sin hacer nada. Esas tardes se llenan
de pensamientos, y no precisamente agradables. Tardes completamente ocupadas
por ella, por su recuerdo y por el dolor que causa. Tardes mirando antiguas
conversaciones, esas conversaciones que me hicieron enamorarme de ella y que
ahora… Ahora todo es diferente, algo ha cambiado. Esas conversaciones ya no
existen, solo son un recuerdo y que caerán en el olvido si algo no cambia.
Quizás la culpa de que hayan cambiado es eso, el cambio. En todo caso el
culpable soy yo. Yo me enamoré de ella, yo hice que ella se enterará de que la
quiero y soy yo el que se ha vuelto un rancio. Todo eso ha provocado esto, que
cada vez ella este más lejos y sea un mero recuerdo. Mi primer pensamiento al
despertar es ella, es mirar el móvil para ver si me ha hablado. Ella ocupa mi
cabeza y yo soy el tonto que no decide sacarla de mi cabeza, es más, la busco.
Cada día espero con ansias que llegue la noche, la hora de dormir y dejar de
pensar. Antes de dormir me digo: “Mañana todo cambiará, será un día nuevo y
todo será diferente”. Y no, no cambia nada. El miedo se ha apoderado de mí. El
miedo me impide ser yo, me impide hacer lo que quiero… Cada vez que la veo me
dan unas ganas grandiosas de abrazarla y de no soltarla nunca pero mi estúpido miedo
a no hacer lo correcto, a que sea de desagrado, a que no sea el momento… Ese
miedo me impide hacerlo, me impide hacer cualquier cosa que se me venga a la
cabeza, y se queda ahí, en mi cabeza. Antes de decir o hacer algo lo pienso
cinco veces, pienso si es correcto o no y si es el momento o agradable, si mi
mente dice que no lo descarto si tiene dudas lo pienso una sexta vez y si le
parece correcto me lo vuelvo a pensar porque no lo veo claro, así siempre.
Ahora las noches también se han vuelto una tortura. Millones de sueños recorren
mi cabeza mientras duermo. Pocas veces sueño, una vez al mes o cada seis pero
ahora es constante. La verdad, no sé si clasificarlo como sueños o pesadillas.
Estos sueños me torturan toda la noche, escenas y escenas llenas de miedo y
calamidades. Todas esas pesadillas me cortan el sueño y me obligan a
despertarme de golpe, sudando. Ninguna pesadilla tiene final y nunca se
repiten, al menos aún no lo han hecho. El final es optativo, yo decido que
debería hacer mi yo del sueño pero una vez ya despierto. Mi cabeza imagina que
sucedería si continuase pero prefiero no pensarlo. Ya no quiero dormir, no
quiero soñar, pero tampoco quiero estar despierto.
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