Nos obsesionamos con buscar
orillas donde naufragar después de la tormenta, orillas donde librarnos del
ahogo que produce el mar. Creemos que después de la tormenta llega la calma, o
que debería llegar. Quizás deberíamos pensar menos en si llegará la calma o si naufragaremos
en alguna orilla y disfrutar de la tormenta que cae sobre nosotros y que
intenta arrasarnos. Quizás deberíamos dejar que la mala mar nos llevara al
fondo del abismo y nuestros pulmones se llenaran de agua. Quizás deberíamos dejar
que la tormenta nos arrasara para después poder mirar al dolor, a la muerte y a
la crueldad a los ojos y decirle: “Aquí mando yo, yo decido si puedes conmigo o
no, no necesito ninguna orilla ni ningún refugio.”
Quizás deberíamos
dejar de buscar la calma y absorber la tormenta, absorber su fuerza y
destrucción y hacerla nuestra. Puede que debamos dejar atrás el dolor y las
ganas de rendirse, dejar de buscar un refugio donde acabar nuestra vida.
Deberíamos buscar una lanza de guerra y hacernos con el control de la
tempestad, de la fuerza del mar y de la tierra. Dejar de ser humanos y convertirnos
en dioses imperfectos. Abandonar nuestro dolor corporal y volver nuestro cuerpo
una piedra infranqueable que protege una alma llena de poder al igual que
debilidad. Quizás deberíamos encerrar aquella debilidad en una caja, a poder
ser en una caja de pandora para que nuestro enemigo al abrirla muriese antes de
desatar el caos en nuestra alma.
Quizás… ¿Pero quién no
ha deseado nunca encontrar su refugio libre de dolor y de culpa? Quizás eso sea
lo que nos mantiene todavía humanos.
C.
Chiquilla, no te entiendo. Más te vale que no sea un virus o cosa rara, aviso.
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